Alétheia es una amiga de Agni, mi compañero de yoga al que le realicé una iluminación hace unos meses, ya habrás leído su capítulo.
Agni quería regalarle una sesión conmigo a Alétheia porque veía que su amiga llevaba demasiado tiempo estancada en lo que parecía una depresión. Sin embargo, cuando Alétheia llegó a mi consulta resultó ser una chica súper alegre y divertida, activa y dicharachera, no encajaba en el perfil de una persona depresiva.
Estuve hablando con Alétheia un rato sobre cuál era el motivo de su visita, por lo visto había estado leyendo alguno de mis artículos publicados en mi web y ya sabía un poco mi forma de trabajar y en qué consistían mis terapias así que venía muy convencida de que lo que ella quería era borrar el miedo.
Me estuvo comunicando que en algunas ocasiones el miedo la había paralizado a la hora de tomar algunas decisiones por miedo al ridículo, al rechazo. Sin embargo, me estaba comentando situaciones del pasado, no del momento actual, pues en mi meditación previa a la sanación vi cosas muy diferentes.
Cuando estuve meditando, antes de que llegara, la pude visualizar con una especie de humo gris, no demasiado denso, pero que ocupaba toda la parte del cuerpo que recorre desde el tercer chakra hasta la coronilla, abarcando cada centímetro de su espacio corporal, brazos y dedos incluidos. Me venía un sentimiento de profunda tristeza que incluso me provocaba el llanto y, mientras estaba teniendo esta visualización, me venía a la cabeza el mensaje de que tenía un intruso llamado Llorón conviviendo con ella y engrandeciendo su propia tristeza. Supe enseguida que había que realizar una extracción, aunque no sabía muy bien cómo debía proceder; sin embargo, tenía que ser Alétheia quien decidiera sobre su tratamiento.
Seguimos con la conversación y Alétheia siguió explicándome su estado que no acababa de entender, pues había días en los que se sentía muy bien y otros en los que no quería levantarse de la cama, no podía parar de llorar, y el miedo la invadía y condicionaba a la hora de dar cualquier paso. Ella misma me decía que no entendía por qué se sentía tan triste tantas veces ya que, aunque su vida no era perfecta, tenía todo lo que quería.
Al final acabó por aceptar convivir con la tristeza que tenía, su justificación era que siempre había sido una persona muy sensible y que se había acostumbrado a vivir triste, como que en algún momento dejó de molestarse por la tristeza y por eso ella creía que lo que la limitaba era el miedo, pero ¿miedo a qué?
Después de estar hablando sobre su estado y las situaciones en que realmente se sentía paralizada, pudo darse cuenta de que el sentimiento que siempre estaba presente era la tristeza, y que ella solía adquirir un papel de víctima para no tener que enfrentarse a la vida. Estuvimos hablando entonces sobre el triángulo dramático.
En el segundo curso con Jordi López, el oeste (el poder personal) aprendí todo sobre el triángulo dramático. Está compuesto por tres papeles diferentes: la víctima, el verdugo y el salvador.
Durante el día, solemos jugar a este juego con nosotros mismos y con los demás, ¿para qué? Con nosotros mismos lo hacemos para justificar nuestros actos, con los demás lo hacemos para tener poder sobre el otro.
Cuando estoy en víctima estoy pidiendo atención por parte de un salvador, no me enfrento a la vida e indirectamente robo la energía del otro con mi queja. Así no me siento sola porque necesito a alguien que me cuide. La víctima va relacionada con la tristeza. Me siento depresiva y no puedo con mi vida, necesito que me salven.
El papel de verdugo se manifiesta cuando sientes rabia. Vas por la vida pegando gritos, juzgando a los demás y culpándolos de tu desgracia, pero desde un sentimiento de rabia, no de tristeza. Te desentiendes de tu responsabilidad y robas la energía de los que están en papel de víctima, pues ellos no pueden defenderse de tus ataques y eso te hace sentir poderoso.
El papel del salvador es el más complejo de discernir como un personaje que juega a la manipulación, pues sus intenciones parecen buenas y desinteresadas, pero en realidad el salvador es el más peligroso por ser el menos evidente. Con sus buenas intenciones de salvar a la víctima, acabará por crear una interdependencia en la que le está enviando un mensaje a la víctima: «Sin mí, tú sola no puedes salir adelante»; «me necesitas para ser feliz», de este modo el salvador siempre estará acompañado por convertirse en un ser necesario. El salvador se mueve desde el miedo, el miedo a estar solo.
Así funcionamos, nos pasamos los días jugando a estos juegos de lucha de poder y nos vamos robando la energía unos a otros creyendo que eso es amor. Nada más lejos de la realidad.
Para salir de este juego perverso, primero tienes que darte cuenta de qué papel estás desempeñando. Cada persona de tu vida te despierta uno de esos papeles, identifícalos y simplemente decide dejar de jugar. Decide dejar de dar tu energía y decide dejar de quitársela a los demás. Pues tú, por ti mismo, ¡puedes mantener tu energía sin necesidad de quitársela a nadie! ¿Cómo? Teniendo presente la brújula de las emociones, pero esto te lo cuento en el último capítulo. Seguimos con la terapia de Alétheia.
Fue una sesión muy productiva, pues cuando entiendes como funcionamos, todo cobra sentido y se ven más claras las soluciones. Entonces ella determinó que quería borrar la tristeza y nos pusimos manos a la obra con la iluminación.
Empezamos con el procedimiento normal y Alétheia empezó a soplar la tristeza, pero yo sentía que le estaba costando liberar energía e incluso ella me dijo que se estaba quedando engarrotada, así que le dije que dejara de soplar y regulara su respiración y que se limitara a visualizar como la energía fluía de su cuerpo hacia la tierra.
Cambié de técnica y empecé con la extracción. Efectivamente, había un ser dentro del cuerpo de Alétheia. De hecho, puedo decirte que era un hombre mayorcito, un señor, ocupando ese espacio que no era suyo. Me costó mucho sacarlo, pues parecía que tenían un pacto.
Alétheia, inconscientemente, había dejado que el intruso viviera con ella para no sentirse sola y, mientras tanto, él seguía alimentándose de su tristeza para así poder sobrevivir. Tuve que pedir ayuda a mi maestro Gael y a Miko, recuerdo que estuve invocando a los espíritus y cantándole lo que parecía una especie de nana al intruso hasta que por fin logré elevarlo del cuerpo de Alétheia y pude cogerlo como a un bebé desconsolado, pues de repente adquirió esa forma, entonces entendí que era un ser que se lamentaba por la pérdida, el miedo al abandono, se sentía solo y desconsolado. Lo sostuve en brazos un momento tratando de calmarlo y lo entregué a mi maestro, el cual se lo llevó, en realidad no sé dónde, eso es un misterio.
En ese momento vi como el cuerpo de Alétheia se relajó, pues en el momento de la extracción su rostro estaba tenso e incluso dobló las rodillas recogiendo sus piernas hacia su cuerpo. Por un momento pensé que debíamos realizar un parto energético pero al final no fue necesario, pues el intruso salió por todos los poros de su piel, elevándose como si flotara.
Ella entró en un estado de profunda relajación y procedimos a la parte de la iluminación. Cuando acabó la sesión, Alétheia me compartió la visión que había tenido durante el momento de la iluminación. Alétheia vio a un señor que no parecía malo ni oscuro, pero que quería acercarse a ella, y Alétheia pudo decirle un no rotundo. Eso fue muy significativo para ella. Había sido capaz de poner límites.
Me explicó también su experiencia durante la extracción; había sentido como si la tristeza que estaba teniendo no fuera suya, y como si hubiera una fuerza que la estaba poseyendo, y que le costó mucho abandonar. Me dijo incluso que en un momento de la sesión tuvo que doblar las piernas llevando las rodillas hacia el pecho, porque sentía que el intruso se aferraba a ella cogiéndola de los pies. Ese fue el momento que yo la vi doblar las piernas. Como siempre, lo curioso es que estuvimos sintiendo lo mismo durante la sesión.
Finalmente, Alétheia se marchó mucho más ligera y liberada, se sentía feliz sin nada de tristeza y entendiendo que lo que le había estado pasando no era solo suyo. Le enseñé a poner barreras para que no le vuelva a pasar lo mismo, pues es una persona muy sensible que empatiza tanto que baja las barreras y por ahí se le van colando cosas.
Hablé con ella unos días después de la sesión, y estaba muy feliz y activa, ya no tenía tanto sueño y se sentía fuerte y con ganas de hacer muchas cosas de nuevo.
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