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Capítulo 12- Agni (primera parte)

Actualizado: 16 jul 2020

Conocí a Agni en la formación para profesores de yoga.

Estuvimos compartiendo espacio durante unos meses antes de empezar a relacionarnos más de tú a tú.

Las pocas veces que había interaccionado con Agni había sido para hablar de temas relacionados con la formación, temas más académicos y formales, pues Agni me resultaba una persona bastante hermética, por lo que hablar de temas más íntimos y personales me parecía poco probable. Sin embargo, en los retiros espirituales que solemos hacer dentro de dicha formación, suele crearse un espacio de conexión, armonía y seguridad que te incita a abrir el corazón de tal manera que parece que todas tus barreras y corazas van cayendo una a una volviéndote completamente vulnerable y transparente.

Supongo que eso es lo que me pasó con él. En uno de esos retiros, Agni y yo encontramos ese espacio de cercanía que nos llevó a hablar de temas personales y dejamos atrás los académicos y fue entonces cuando le conté un poco mis orígenes, el porqué del chamanismo y el tipo de terapia que estaba empezando a realizar. En este caso fui yo la que se abrió a compartir, en cambio, percibía en Agni todavía ciertas resistencias a abrirse en lo más personal.

Un par de meses después de esa conversación, Agni me contactó para probar de primera mano una de mis terapias.

Como ya he explicado, Agni siempre me ha parecido una persona seria, comprometida con el yoga, disciplinada y más bien hermética. Su apariencia es la de una persona imperturbable, tranquila y serena, parece tenerlo todo bajo control. Así que me sorprendió bastante que quisiera iluminarse, pues no lograba leer en sus ojos ningún tipo de sentimiento estancado.

Para realizar la terapia con Agni, decidimos ir a la montaña de Montserrat a petición suya, le apetecía hacer este tipo de trabajo en contacto con la naturaleza. La verdad es que si es posible hacerlo así, es una bonita experiencia también.

Así que me recogió en mi casa sobre las once y fuimos camino a Montserrat. Nos encontramos con una cola de hora y media que, en realidad, nos vino muy bien para concentrarnos en el sentimiento que debíamos borrar.

Mis terapias suelen durar aproximadamente una hora entre la charla y la técnica, pero en este caso necesitamos prácticamente todo el viaje de ida para encontrar el sentimiento que estaba bloqueando a Agni.

Esto, a veces, pasa. Hay personas que saben que alguna cosa en su vida no acaba de fluir pero no saben identificar exactamente lo que es. Y si es un sentimiento muy antiguo es más difícil de identificar, pues se han acostumbrado a convivir con él normalizándolo y creyéndolo parte de su personalidad. Algo así nos pasó esta vez.

Cuando sucede esto, suelo pedir al paciente que se concentre entonces en un tema en el que realmente se sienta estancado. El tema que más preocupaba a Agni, sobre todo, era el tema de las relaciones.

Durante el camino hacia la montaña, estuvimos hablando de su vida, la verdad es que hasta entonces poca cosa conocía de él.

Mi deber como terapeuta era hacerle las preguntas adecuadas para que él, por sí mismo, se diera cuenta de cómo se estaba sintiendo en realidad para poder identificar un sentimiento concreto, y así eliminarlo. Nos costó un buen rato, pues estaba todo tan enquistado que era difícil de sacar a la luz.

Lo cierto es que a los pocos minutos de que Agni empezara a hablar sobre su situación pude ver en sus ojos al fin, que el sentimiento que estaba inmensamente apegado a él era la tristeza. Sin embargo, nos costó casi una hora que él pudiera identificarlo como suyo, pero en cuanto pudo verlo, fue muy revelador para él.

De camino a la montaña, estuvimos hablando sobre el origen de ese sentimiento y nos dimos cuenta de que llevaba unos diez años arrastrándolo fruto de una ruptura por la cual se sentía sumamente culpable.

Se dio cuenta de que era un tema que todavía no había superado y le estaba condicionando en su día a día más de lo que, hasta el momento, había sido consciente. Así que decidimos realizar una iluminación para borrar esa tristeza acumulada por tanto tiempo. Lo que pasó durante la sesión fue curioso.

Encontramos un rincón poco transitado y con muy buena vibra. Preparé las cosas para que Agni pudiera tumbarse en el suelo cómodamente y saqué mi misha chamánica, el tambor y las maracas. Preparé el espacio invocando a los espíritus y empecé con el protocolo de la iluminación.

Agni empezó a soplar y todo parecía ir según lo previsto, pero algo no acababa de funcionar.

Sentí que tenía el tercer y el cuarto chakra (plexo solar y corazón) bloqueados, y estuve insistiendo en esa zona con las khuyas (mis piedras con poder sanador) intentando romper ese bloqueo, pero algo no acababa de romper.

En ese momento lo dejé correr. A veces no hay que insistir, pues uno suelta lo que está preparado para soltar. De hecho, con Agni, lo revelador fue la focalización de la emoción más que la iluminación en sí.

Durante la sesión, mientras Agni soplaba, se presentaron un par de perros que andaban por ahí; esto también es algo habitual, no sé qué es lo que sienten, ven o perciben, pero siempre que he hecho este tipo de trabajos y ha habido animales cerca se han acercado mucho, aunque manteniendo cierta distancia.

Otro dato curioso de la sesión fue que durante la parte de la relajación, después de haber iluminado su cuerpo y en el momento en que dejo al paciente en un estado de ensoñación donde pueda recibir mensajes de su alma, aparecieron dos cuervos revoloteando por allí, muy cerca. Fue como una señal, así lo interpreté yo y así lo percibió también Agni.

Poco después se estuvo informando sobre los cuervos como animal de poder y le resonó mucho para el momento vital en el que se encontraba.

Cuando al fin se despertó de la relajación estuvimos comentando la sesión. Su mirada había cambiado, no tenía ese velo de rigidez en sus ojos, se sentía y se le percibía vulnerable, mucho más accesible y cercano.

Agni me confesó que durante la sesión había empezado a sentir un dolor intenso en el hígado. Entre el dolor que sentía y la respiración que implica este tipo de sanación, se fue generando en él un sentimiento de angustia tan inmenso que estuvo al borde de un ataque de ansiedad. En ese momento yo podía notar ciertas resistencias, pero no hasta ese punto. Agni tampoco dijo nada, pero está claro que eso le condicionó a la hora de conectar y de soplar la tristeza, por lo que parece que la sesión quedó a medias. Quedamos en que repetiríamos la sesión más adelante, pues, en realidad, ya habíamos realizado un gran trabajo por el momento.

Después de eso, Agni estuvo relacionando su dolor de hígado con la rabia, crispación, disgusto, enfado que, en realidad, sentía por el tema de las relaciones, así que incluso ese percance resultó un aprendizaje para él.

Quiero hacer un apunte en relación con los sentimientos de rabia y tristeza. Ambos te sitúan en una posición de no entender, es decir, en un papel de víctima, solo que con la rabia reaccionas enfadándote con el mundo y convirtiéndote en verdugo y con la tristeza te rindes y caes en depresión (en el capítulo «Alethéia» te hablo sobre estos papeles y el triángulo dramático). A veces es difícil de identificar uno u otro, pues los dos, como ya he mencionado, te ponen en situación de no entender por qué te está pasando lo que te esté pasando.

Agni había descubierto un sentimiento enquistado que no reconocía suyo, pero que llevaba conviviendo con él por diez años. Ahora había llegado el momento de relacionarse con él y hacer las paces consigo mismo.

A veces, una persona concentra un sentimiento enquistado y necesita un tiempo para relacionarse con él, conocerlo y sacar un aprendizaje antes de dejarlo ir. En este caso fue lo que pasó. Sin embargo, durante las semanas, durante los meses siguientes a esa terapia, Agni se mostraba diferente, más cercano, más vulnerable. La gente le notaba distinto, él se sentía distinto.

A pesar de aprender a vivir con esa tristeza que había quedado todavía en su campo áurico, Agni pudo dar pequeños pasos para solucionar el tema que le preocupaba, abrirse un poco más al mundo para poder encontrar alguien con quién compartir su vida. Algo cambió, aunque parecía que todavía había algo que le estaba limitando a la hora de encontrar a esa persona con la que compartir su día a día.

Hoy por hoy, sigue estando muy agradecido por esa terapia, aunque habrá una segunda parte.



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